Las transferencias electrónicas de fondos (TEF) se consolidaron como uno de los métodos de pago más usados en Chile. En 2024 se realizaron 1 482 millones de operaciones por casi US $318 000 millones. Aun así, su adopción como medio formal de pago para comercios sigue estancada. No por falta de tecnología, sino por un diseño que no contempla al emprendedor ni a la pyme de a pie.
Fricciones operativas y diseño que no piensa en el comercio
El sistema fue creado para facilitar movimientos entre personas, no para vender. Esa diferencia técnica, que parece menor, se traduce en una experiencia poco fluida al momento de cobrar. Las TEF exigen procesos manuales, como ingresar datos uno a uno o confirmar transferencias con pantallazos, lo que las vuelve incómodas para situaciones de alta rotación.
Jorge Vives, gerente de nuevos negocios de ProntoPaga, lo deja claro: ‘Las TEF no fueron diseñadas como medio de pago, sino como una vía para transferencias entre personas’. En consecuencia, terminan siendo un recurso alternativo, a veces precario, para comercios que no pueden pagar comisiones de tarjetas ni montar una pasarela de pago completa.
Hoy, quienes quedan afuera del sistema son negocios que ni siquiera tienen inicio de actividades o que apenas arrancan y no pueden bancar la estructura de cobros tradicionales. Además, la normativa solo permite que una persona natural reciba hasta 50 transferencias mensuales. Con ese tope, muchos comerciantes se ven forzados a operar en la informalidad.
Tecnología hay, pero no sirve sin reglas claras
No faltan herramientas. Existen códigos QR dinámicos interoperables que permiten cobrar desde cualquier billetera o banco. También hay notificaciones automáticas que eliminan la necesidad de confirmar manualmente una transferencia. Pero todo esto necesita reglas claras y piso parejo. Porque si la interoperabilidad no es obligatoria, el más chico siempre queda en desventaja.
Jorge Vives sostiene que ‘soluciones como los QR dinámicos interoperables permiten que más comercios acepten pagos desde cualquier billetera o banco, sin necesidad de infraestructura costosa’. Eso se traduce en menores barreras de entrada, menos informalidad y más trazabilidad. Y esa trazabilidad es clave, porque permite construir historial crediticio, abrir puertas al financiamiento y dejar atrás el efectivo sin rastro.
El problema es que el modelo bancario actual no premia esa trazabilidad. Las tarjetas generan comisiones. Las transferencias, no tanto. Por eso, para muchos actores financieros, no hay incentivos para impulsar su uso comercial. La banca, en vez de adaptarse al nuevo ecosistema digital, se aferra a las fórmulas conocidas que aseguran mayores ingresos.
Las fintechs empujan, pero necesitan respaldo
Las fintechs vienen empujando. Plataformas como ProntoPaga ya ofrecen soluciones pensadas para comercios medianos o grandes, con integración de múltiples métodos de pago y conciliación automática. Para los chicos, la historia es más difícil. Muchos no pueden ni siquiera acceder a esos servicios por falta de estructura legal o formalidad básica.
Sin embargo, en otros países las transferencias electrónicas sí lograron consolidarse como pago comercial. Brasil con Pix, Colombia con Bre-B, México con SPEI y CoDi. En todos los casos, hubo un actor regulador que tomó la posta y definió reglas para que el sistema funcione para todos, no solo para unos pocos.
En Chile, avanzar hacia ese modelo exige decisiones políticas. Hace falta garantizar la interoperabilidad por ley, eliminar topes que limitan el volumen de transacciones y empujar una red que funcione con trazabilidad, velocidad y bajo costo. No es un problema tecnológico. Es una cuestión de voluntad.
Mientras tanto, los comercios seguirán haciendo malabares entre pantallazos de confirmación, límites arbitrarios y procesos que castigan la informalidad pero no ofrecen alternativas viables para salir de ella.






